Minner en Suplemento Hemisferio Izquierdo (La Voz de Zárate)

“El chamán, el misterio y el tiempo”
La escritura precede a la palabra, y en este incesante transcurrir del tiempo, el proceso cognitivo de la conversión produjo una grieta en el mundo. Inalterable y remota. Minner sostiene que “la importancia personal es la compasión a sí mismo disfrazada, es la única trampa que tiene el mundo. Cuanto más desapercibido pases, mejor. Porque éste es un mundo infernal”.
Minner es poeta; canta, crea collages, pero fundamentalmente escribe. Su casa es la guarida de un vampiro, al que él alimenta con oscuridad y vive donde no está el sol. Allí hay fotos, poemas pegados a las paredes, dibujos. La casa sólo habla de él, como si un enamoramiento perpetuo la tuviera presa de ilusiones y de amor: “El amor es la culminación de la evolución terrena, un estado de conciencia, una forma de vida”.
Como poeta, Minner actúa con la precisión de un cirujano. Con el puñal de las letras, logra penetrar la piel y logra sellar allí toda la existencia. “Yo vivo en una casa, que la ventana es más grande que la casa… ¡en el Club de las Casualidades yo vivo! Escribo porque estoy loco, nunca tuve una familia ni mujer, ni un banco que me apoye. Ni luces ni nada, soy una persona perdida. Escribo porque los hombres se forjan de acero y sólo pueden llorar cortando cebollas, a mí me gusta la cebolla y me gusta el acero”, cuenta.
Pateando la calle recorre desde hace más de una veintena de años los circuitos de Capital, Campana y Zárate, entre otros puntos del país. “El autor nos entregó una bolsa llena de papeles y nos dijo: hagan lo que quieran con este libro”, cuenta su editor en el libro Mecánica de interiores humanos (Nulú Bonsai, 2013).
Durante los 90 y parte del 2000 formó parte de háppenings heterogéneos, haciendo improvisaciones, ensayos y performances en vivo. Psicodelia y anarquía (¿por qué no?) eran las luces que atravesaban la escena. Minner escribe porque está loco y como los chamanes del antiguo México, cada tanto, logra detener el tiempo en sus shows, cantando, leyendo, escribiendo o tomando vino en la mesa de su patio delantero.
“El que es feliz, se le nota: no critica, no envidia, no juzga, no busca pelea, no jode y no se muere por ser el centro de la atención. Saber cruzar la calle es aprender a estar solo y caminar es una danza a la que tengo que entregarme. Mis shows de poesía ocurren de vez en cuando en algún extraño lugar… de la noche. Con el corazón enseñado en la vereda del baile”, dice en una nota que acerca con total fidelidad.
En su casa Minner vive solo: “Siempre vivís solo, este planeta es un lugar de solos, nadie lo sabe. Todos están queriendo enamorarse todos los días, pero es complicado cuando te das cuenta de que viniste a este mundo a preguntar cosas, a ser fuerte, y el dolor… y el dolor. La enfermedad significa sin firmeza; yo prefiero estar con firmeza, nunca infirme. Lo más importante es estar en los ojos, no en otra parte del cuerpo, mirar a la gente, brillar como un sol, solo amar. Solo los amantes están vivos”.
Cuenta que viene de abajo, como las hormigas, y con las raíces en una hinchada de fútbol: “Mi familia era la Coca-Cola y Crónica, y yo me puse firme. Iba a Mar del Plata con un bolso y me robaba libros, y después me leí todos esos libros”. Sus botines eran textos elegidos al azar, de Aristófanes, de Borges, de Emil Cioran.
“Yo vengo de un Partido Justicialista, mi familia estaba arrodillada llorando con los discos de Evita. Ahí aprendí a leer cualquier cosa que encontrara en el suelo, y después libros, revistas. Es importante vivir, sentir, y los ojos son todo”, cuenta.
Se define como una persona sin mirada, y al momento de componer su obra cierra la puerta, escucha música, se autoflagela imaginariamente y reconoce entrar en un estado de locura. “Me di cuenta de que los ladrones no tienen mirada y llegamos a ese estado por diferentes caminos; la gente que roba actualmente tiene la mirada de Jesús para robar, la misma que tengo yo, pero no lo hago. No puedo salir de mi casa si no sé para qué sirven mis piernas, mis manos. Yo empecé a hacer música gritando, en el 92, tenía 18 años y gritaba en una banda, estaba desesperado. Vino Mariano Tello y me salvó del suicidio total. En esos días, cada vez que terminaba un cigarrillo, yo se lo tiraba a la cabeza. El tipo vino a preguntarme qué estaba haciendo, y le dije que quería tocar con él. Me agarró como una persona perdida, me llevó y me restauró. Me salvó la vida, yo empecé de la nada, tirando cigarrillos a una persona para que me dé bola. Ahora puedo cantar cualquier cosa, puedo estar todo el tiempo cantando. Solamente vinimos acá a observar el océano, a cantar”, dice Minner.
Para poder convertirse en poeta tuvo que atravesar distintas situaciones y experiencias que supieron forjar su sensibilidad. “Es imposible, para una persona a la que le lavan los calzones sus padres, poder convertirse en poeta. Ser poeta es estar 24 horas al día, cuando te comunicás con el mundo, te comunicás con el universo, bajan cosas y vos tenés que responder, y ahí no está papá ni mamá, ni la televisión. Ahí hay que responder”.
Minner es situacionista y un buscador incansable de misterios: “Podemos tener muchas virtudes, pero sin el valor, esas virtudes no tienen sentido. El misterio es como el diamante, por más que se lo penetre, siempre se encuentra diamante. La naturaleza esconde secretos por lo sublime que es, no por astucia. Yo me tomé el trabajo de trabajar el misterio y saber para qué sirven mis pies”.
La Voz de Zárate, Suplemento Hemisferio Izquierdo.
Nota sin firma, 28/enero/2017