Como corderos en Santa Eleodora

por Grau Hertt
Un evento literario en Santa Eleodora, pueblo de 300 habitantes, al que asistieron 450 personas: gente de los alrededores y hasta de Chaco se acercó a la presentación de El libro de los corderos, de Diego Monsalvo, realizada en el Club Sociedad Cosmopolita, un lugar donde no se veía un baile popular hacía cosa de 15 años. Familiares y amigos que se reencuentran luego de décadas… y todo por el lanzamiento de un libro que recupera el clima y a los protagonistas de la vida de un pueblo escondido en la niebla
Nuestro trabajo de editores consiste en estar básicamente la mayor parte del tiempo sentados. Y cuando nos levantamos, podemos llegar a subirnos a un auto, a las 8 de la mañana de un sábado, rumbo a Junin, llegar a las 12 y de ahí tomar un micro hasta Ameghino, bajar y que nos esté esperando el padre de un autor en otro auto y éste nos deje después de varias horas de viaje por tierra en este mágico y último destino: el pueblo de Santa Eleodora, provincia de Buenos Aires.
El sabado 23 de mayo de 2015, los autores Gabriela Clara Pignataro, Sebastián Goyeneche y quien escribe, en representación de la editorial Nulú Bonsai, viajamos para presentar El libro de los corderos de Diego Monsalvo en su pueblo natal, Santa Eleodora, partido de General Villegas, cercano a Ameghino, Blaquier, Rufino, Lincoln, Gral. Villegas y Junín. De todos estos pueblos muchas personas viajarían ese mismo sábado para dar el presente en un evento multitudinario, popular y cultural en torno a un libro. Incluso hubo personas que vinieron desde Resistencia, Chaco, para estar presentes.
LA LLEGADA Y EL ARRANQUE
Al llegar, Don “Cebolla” Monsalvo, padre del autor, nos llevó directo a donde sería la presentación: el Club Sociedad Cosmopolita, un lugar muy bien mantenido. Habían restaurado un cuarto para montar la muestra de fotomontajes que complementan el libro, cuyos protagonistas son residentes del pueblo. La gente llegaría, entraría por el buffet y vería la muestra, hasta las 21:30 que se abrirían las puertas del salón principal. Pero antes, mucho antes de eso, nos esperaba Lula, mamá del autor, con torta, té, mate, café, anécdotas, emociones y una renovadora ducha: sentirse como en casa fue más que fácil.
Un rato más tarde, Lula y Cebolla recibían a Juan Cruz y a Elisa, provenientes de Córdoba, amigos del autor y editores de la editorial Nudista. Lindos y perfumados, nos fuimos todos para el club, donde ya estaba todo solucionado, resuelto, en tiempo y forma, con una técnica admirable en lo que respecta a iluminación y sonido: ¡¡Sonido e Iluminación Pasetti, se pasaron!! La mesa de presentación la decoraban dos veladores ovni rodeados de ovejitas, tractores y vaquitas de plástico, escenificando una abducción rural.
Primer imprevisto: las sillas colocadas no alcanzaban. Como en pocos lugares, se abrió una puerta de un depósito y parecíamos estar frente al principal proveedor de sillas del país. Todos a acomodar. El salón estaba vacío pero afuera la gente se impacientaba: ya no había lugar en la sala de exposiciones ni en el buffet y caía la helada, y el público iba desde los dos meses de vida hasta los ¡¡96 años!! Colocadas las 300 sillas, ocupadas las 300 sillas, la gente sobrante parada, se propuso silencio y que todos apaguen sus celulares, como debería ser en todo evento de literatura. Se apagaron las luces y empezaron a soltarse los corderos.
LA NIEBLA SE DISIPA Y APARECEN LOS RELATOS
Oscuridad total. Casi 400 personas en silencio. Comienza la proyección del micrometraje sobre el libro que te obliga a entrar en el ambiente que propone el libro. Finalizada la proyección, me meto en el espacio psicodélico que generan por las luces y me toca ser quien enciende los veladores ovni. Me siguen Monsalvo (flamante protagonista), Goyeneche (editor general de Nulú Bonsai) y Elías Sáez (director del cortometraje). Como moderador no puedo decir mucho, me sentí totalmente abrumado por la cantidad de gente y la generosidad de todo el pueblo. Le pasé rápidamente la palabra a mi socio, quien diría lo que yo no pude decir.
Diego toma la palabra y comienza el lazamiento al mundo de El libro de los corderos, leyendo uno de los relatos y agradeciendo a prácticamente cada uno de los asistentes, porque de alguna manera todos eran una parte, protagonistas del milagro que estábamos viviendo: ver colapsar a un pueblo por un libro, por una lectura, por un evento cultural, encontrando la forma de que todas las edades encuentren su lugar. No es exagerado: producción, sonido, luces, música, comida, bebida, locación y alojamiento fueron el resultado de la contribución y aporte de muchísimas personas, todas conmovidas porque este muchacho había visto magia en su pueblo y había sabido plasmarla.
Luego pasó Gabi Pignataro al escenario a que lea un relato del libro, además de explayarse con unas palabras muy lindas y sinceras que, como bien sabemos, la caracterizan. Leyó con esa pasión, convicción y fuerza que le pone a todo y bueno… ovación total con el correspondiente casting de abuelas y abuelos nuevos.
Todos se habían quedado con ganas de que el cortometraje fuera un largo, entonces lo proyectamos de nuevo, con la gente esta vez aplaudiendo de pie, emocionados por el tema musical (“Mi nombre no es éste”), compuesto por Diego y producido por Nacho Lamothe para el soundtrack. Así se dio paso a que Elías presentara el trabajo del corto, pudiera hablar del libro y nos diera un sólido mensaje para darle valor a las cosas inmensas que estaban sucediendo ahí mismo.
EL CAMPO TAMBIÉN HABLA
Diego Monsalvo continuó leyendo uno de los relatos más picantes del libro: “Satanás”, la historia de un residente que tenía el don mágico de mear a grandes alturas y distancias; generando la risa unánime y el desparpajo de toda la platea infantil. Luego pasó a invitar a la poeta oriunda de Santa Eleodora, Lucía Cruz, una señora mayor que además de actuar en el corto y estar en varios relatos del libro, escribe poesía… Era el turno de que su pueblo la escuchara. Todo era emoción, aplauso, llantos, sonrisa, todos querían todo. Diego leyó otro texto e invitó a otro criollo, hermano de la poeta, don Mario Cruz, que se despachó con unas décimas bien gauchescas, generando el momento de mayo fuerza, ya que nos agitó a todos, se fue y terminó volviendo por los aplausos y los chiflidos. Volvió al escenario y lanzó otro verso campero todavía más largo, una oda a la mujer trabajadora del campo, lo cual puso a todos de pie y al borde de las lágrimas.
Por último, quedaba uno de los personajes más particulares de Santa Eleodora: el Estrellero, un muchacho que se ganó su apodo por usar camisas con la espalda llena de estrellas de papel glasé pegadas, archiconocido bailarín solitario de los bailes de la zona, el único en asisitir de rigurosa corbata de papel plateado, protagonista de uno de los relatos más largos y más divertidos del libro.
Y para los que decían que en los pueblos se duerme temprano, cenamos recién a las 00:00 horas: corrían las bandejas con pizza y empanadas, pasaban las jarras y sonaban los vasos. Y luego todos llenos, la primera tirada del libro agotada, la alegría incrustada en todo, comenzaría el cierre con show de la orquesta de tango de Lincoln del Señor Juan Carlos Baroli, quien nos deslumbraría con su quinteto de piano, bandoneón, viola, acordeón y voces (plural, porque además de Baroli, la cantante se presentó como “la sexta” del quinteto): valses, milongas, foxtrot y un cierre mágico de media hora de cumbias enganchadas sin cortes en versión tango más que para el recuerdo.
CIERREN EL RODEO
Luego de tres horas de show, era hora de emprender la retirada. Eran las 4 de la mañana y recién terminaba el último resabio de la presentación que había empezado a las 20:30. Un Diego Monsalvo absolutamente conmovido, feliz, realizado, nos repetía sin poder bajar las cejas que había cumplido el sueño de juntar a su pueblo de nuevo y compartir con ellos historias que ya compartían sin saber.
Mientras nos íbamos, nos quedamos hablando con Roque Escobar, cuidador del pueblo, quien todavía no fue nombrado pero que fue la segunda persona después de Cebolla en recibirnos al llegar. Este correntino mudado a Santa Eleodora también tenía su historia en el libro, también aparecía en los fotomontajes y en el corto, pero lo dejamos para el final porque la gratitud y regocijo que sintió este hombre (que proviene de un hogar que muy poco tiene que ver con el arte) por haber sido tenido en cuenta para participar de un hecho artístico, como es “estar” en un libro, es exactamente la misma que Nulú Bonsai siente hacia Diego Monsalvo, hacia sus padres Lula y Cebolla, el Club Sociedad Cosmopolita, su presidente y su cuidador, hacia Lucía, la familia Fabini (Marta y Héctor, quienes nos alojaron con total amor), hacia el mismo Roque y hacia todo Santa Eleodora por invitarnos a este viaje, a este manojo de sueños individuales que se plasmó en lo colectivo. El amor, la contención, el recibimiento, las ganas de escuchar y apreciar lo hecho, y lo abiertos que estaban ante todo lo expuesto, nos llevan a decir gracias y avisarles que, realmente, el placer fue nuestro. No tiene nombre.
Grau Hertt
Mayo de 2015